Muchas veces se habla de la satisfacción que producen las compras para
las mujeres y es que salir una tarde a gastar en abrigos, zapatos y bolsos
resulta para la mayoría de las mujeres una actividad muy placentera y
reconfortante. Es para las féminas una manera de liberar tensiones, de
desconectar del mundo laboral y familiar y centrarse únicamente en su bienestar
y mejora de su imagen.
Sin embargo, para los hombres es todo lo contrario. Ellos prefieren que sean otras personas quienes les compren sus pantalones, camisas y bufandas. Para los hombres ir de compras no es una actividad gustosa sino más bien aburrida. Por tanto, mientras que la mujer disfruta cada vez que entra en una tienda, compra y llega a casa y abre su caja nueva de zapatos, el hombre prefiere que le compren ropa y él se limitará a lucirla. Es el ejemplo que cualquiera de nosotros observamos en casa, cuando nuestras madres llegan con un cargamento de bolsas llenas de ropa nueva para que nuestros padres renueven sus armarios.
A pesar de la tendencia masculina a rechazar el ir de compras, sí que es cierto que cada vez son más los hombres que están empezando a adquirir la costumbre de salir una tarde a comprarse ropa. Tal y cómo Jaime Nubiola expone en su libro, se puede hablar de un nuevo lema, igual de válido tanto para las mujeres como para los hombres, “compro luego existo”. Bajo este lema se da a entender que hoy en dia si no entramos en el mundo del consumismo no existimos.
Vivimos en una sociedad en la que se compra por comprar y no por necesidad como antaño. Se compra de manera compulsiva, satisfaciendo nuestro gusto, y no por necesidad. Muchos compradores asumen satisfechos ser “yo soy lo que compro”. Pero, ¿dónde queda el consumo razonable?
El mejor ejemplo de un consumo exacerbado y desmesurado es el despilfarro del que presumen los famosos. Estas estrellas del cine, de la música o de cualquier mercado que mueva millones, llegan a ser idolatrados por todo lo que tienen en su posesión. En este afán por dar a conocer lo que se tiene, entran en juego los medios de comunicación ya que nos informan sobre la supuesta felicidad de todas esas personas por el hecho de poseer grandes cantidades de cosas materiales.
Este hecho me recuerda a una frase que leí, del famoso actor Will Smith que decía; ¨Gastamos dinero que no tenemos, en cosas que no necesitamos, para impresionar a gente a la que no le importamos¨. Esta es la paradojica reflexión que podemos sacar del mundo del famoseo, un mundo en el que quién más tiene es considerado un ídolo.
Las redes
sociales facilitan y acentúan el vicio, y hacen que el adicto desconecte de la
realidad. En el libro hemos visto que
las redes sociales tienen su lado positivo y es que son muy útiles y
necesarias a la hora de complementar relaciones a distancia pero no deben
sustituir nuestras amistades y hacer nuevas.
Un claro ejemplo
de este hecho, sería la red social de Facebook, en la que podemos llegar a
sumar miles de seguidores, o tambien llamados "amigos", cuando en
realidad son perfectos desconocidos ya que ni si quiera conocemos en muchos
casos sus gustos, aficiones o incluso su tono de voz.
Nos convertimos
por tanto, en seres solitarios que prefieren el contacto virtual con personas
que realmente no conocemos, renunciando a la tradiccional y cálida compañia de
un pequeño grupo de amigos que se toman una cerveza y se cuentan sus cotilleos
diarios en el bar de la esquina.
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